Iba hundiendo los pies en la arena aún caliente, hasta sentir la zona que inunda la marea compacta y húmeda bajo las plantas.
El mar estaba calmo, casi balsa, casi mercurio oscilando y murmurando levemente en la noche.
Había una luna lujuriosa, entre rosa y naranja, una tajada de melón chorreando luz sobre su propio reflejo en la oscuridad del mundo.
Hundí los pies en el agua. Fresca y fragante, se abrió contra mi piel como rasgada seda negra...
Me metí lentamente en la materia oscura, que me envolvió como un abrazo persuasivo y paciente.
Partida en dos por el mar a la altura del ombligo, me dejé ir meciéndome como una dócil alga, mi pelo la corona cambiante de una reina perdida para siempre en la profunda dulzura de la noche.
Lejos, los jóvenes amantes copulaban en coches aparcados frente al abismo.
Las copas tintineaban sobre manteles blancos.
Una nube tapó la luna.
Cerré los ojos.